El autismo como una gran ola que todo lo arrasa
En ocasiones, el diagnóstico llega en un momento de crisis vital y muchas veces perdemos la capacidad de dar respuestas. Nuestra vida parece que se detuviera analizando todos los cómos y porqués. Sin embargo, a nuestro alrededor, la vida continúa como si nada hubiese pasado. De esto trata el relato de Irene Cuadrado, escrito durante un burnout que le llevó a abandonar la carrera de Filosofía en 4º curso.
“En el amor no tengo mucha experiencia, pero en lo que sí que la tengo es en ser cuestionada, en que me exijan respuestas que yo ni siquiera conozco.” Irene Cuadrado
Me gustó cómo plasma en pocas palabras la incertidumbre, el rechazo, el ghosting, la complejidad de las relaciones, pero también, la luz al final del túnel. Por eso ahora quiero compartirlo con vosotres.
Historia de un colapso
Hola, Bruno.
Hace casi un siglo que no hablamos así que he decidido escribirte esta carta para que puedas entenderme, más que nada para que me perdones, aunque sea sólo un poco. Sé que nada salió como esperábamos, que te hice daño y que salí huyendo sin darte ninguna explicación, pero es que no tenía tiempo para hacer comprensible lo que me estaba pasando. Estaba colapsando y cuando un barco se está hundiendo, o saltas o te hundes con él, no queda tiempo para despedidas.
Siento de veras tenerlo tan claro, pero sé a ciencia cierta que las cosas entre nosotros no podían salir bien porque hay piezas que no están hechas para encajar, sobre todo si una de ellas no conoce su forma ni su color.
Te confieso que no me esperaba lo que sucedió, supongo que nadie espera que su vida se derrumbe tan rápidamente, tan de repente, aunque, ahora que lo pienso, hubo señales, signos que no quise ver.
Siempre he sentido que no encajaba, que había algo en mí que no me dejaba fluir, disfrutar como el resto.
No es que quiera ir de especial o que reniegue del mundo como si no fuera mi lugar, no es eso lo que quiero decir. Encajar, aunque no lo parezca, es algo relativo; aunque las piezas de un puzle o de un mueble de Ikea muestren lo contrario,
encajar es momentáneo, es sentirse parte de algo, es disfrutar sintiéndose en sintonía con el resto.
Las personas de mi alrededor alguna vez me han comentado que parece que no disfruto de la vida, que siempre estoy estresada, que me estoy perdiendo los años más bonitos, los años en los que las personas se desmelenan, hacen locuras, se enamoran, follan como conejos y no le tienen miedo a nada. Una vez, una conocida me dijo que yo era una persona mustia; en ese momento me dolió, pero creo que tenía toda la razón, soy, estoy mustia porque me falta luz, me falta energía.
Eso sí, la culpable no soy yo, podría decir que la sociedad neurotípica es la que me hacer ser una planta medio muerta, un barco chapuza que finalmente colapsó.
Es cierto que, si te paras a mirarlo de cerca, todo el mundo parece tener algo, todo el mundo siente en mayor o menor medida que no encaja. Mi abuelo Manuel se dejó morir cuando no pudo seguir trabajando. Yo siempre le conocí como una persona infeliz, áspera, triste y en definitiva amargada.
Me han contado que su madre era muy dura con él y que destruía todos los juguetes que mi abuelo con su gran capacidad creativa construía desde una temprana edad. Su madre, cuyo nombre no recuerdo, parecía odiar a todo el mundo, siempre estaba cabreada. Dicen que le marcó mucho la muerte de su hija María. Tardé años en conocer la causa real de su muerte, decían que tenía no-sé-qué enfermedad rara, pero en realidad era anoréxica, se negaba a comer a toda costa, tiraba la comida por la ventana o la escondía debajo del colchón porque se veía gorda. Y es que sí, en tiempos difíciles, en los que la comida escaseaba como fue la posguerra, también existían los trastornos alimenticios. Me hubiera gustado conocer a María, hablar con ella, ayudarla.
Yo hace mucho tiempo llegué a la conclusión de que no podría querer a nadie sin antes comprenderme a mí, entenderme, conocerme para poder amar, amarme a mí antes que a cualquier otra persona.
Mis amigos me convencieron de que no era tiempo lo que necesitaba, que nadie se siente nunca suficientemente preparado para tener pareja, que siempre tienes la sensación de que te queda algo por mejorar, que nunca parece el momento adecuado, y por primera vez en mi vida les hice caso.
Mi intuición desde el principio me decía que no iba a funcionar, que yo estaba demasiado agotada para poder construir una relación sólida con otra persona, pero luego te conocí, y por un momento pensé que todo era posible, que tú me podrías descubrir un nuevo mundo.
Quiero que sepas que te he querido como no he querido a nadie, pero también me has hecho sentir muy culpable. Culpable por no ser capaz de darte todo el afecto que creía que necesitabas, por no ser más normal, por no salir de fiesta con tus amigos, por no hacer tantos viajes juntos como a ti te hubiera gustado. En definitiva, culpable por no ser la novia que yo creía que te merecías.
Tú me pedías explicaciones, me decías que te avisase cuando me encontrara mal, cuando las situaciones me sobrepasasen, que te explicase cómo veía el mundo.
Me cabreaba mucho que me exigieses respuestas porque ni siquiera yo las conocía.
No quiero convertir esto en una carta llena de reproches, así que no tengo nada más que decir, no fui lo que querías porque no me conocías, porque no estábamos hechos para estar juntos y no pasa nada. Quiero dejar atrás todo el rencor, no voy a dedicarte más letras, más tiempo, más energía.
Te deseo lo mejor y deseo que encuentres a alguien al que no le importe darte las respuestas que necesitas.
Teresa.
Me sentí identificado. Gracias, Irene.
Me ahogue en la ola. Sin palabras